¿Hasta qué punto tiene sentido guardar libros de papel?
Artículo publicado en 2015 y revisado en 2023
El otro día estuve haciendo inventario de los libros que tenemos en casa, porque espero que una base de datos nos vaya a ser útil: poder saber lo que hay en pocos segundos con una búsqueda informática.
Creo que la mayoría están colocados correctamente y lejos de excesiva humedad, sin embargo, no los aireamos a menudo, muchos son colecciones de calidad mínima y con el tiempo pasa lo que pasa. Cuando sacaba cada ejemplar de cientos de hojas amarillentas y ásperas, oía en eco esas alabanzas al (útil) olor de los libros viejos que a mí por lo menos no me apetecía comprobar. Tampoco me dio por ver de cerca la vida microscópica que atraen.
Más allá de nuestro mejorable mantenimiento y los límites espaciales que hay que valorar, me dan pena esos textos de ficción que no releeremos o las enciclopedias que probablemente no consultaremos. Quizá algún invitado pueda interesarse por alguno o prestaremos unos pocos a conocidos, amigos o familiares, pero casi todos quedarán donde están, privados de nuevos lectores y estos de ellos.
Qué podríamos hacer con los libros antiguos
Si los favoritos caben en un estante, ¿tiene sentido haber comprado el resto? O, una vez adquiridos, ¿por qué los seguimos conservando y no los hemos donado, revendido (hay intermediarios como Micobooks) o subastado (si tienen gran valor)? Tras estas preguntas, aparte de las bibliotecas, en mi mente surgieron los conceptos de intercambio (book swaps) o incluso alquilar libros (book rentals). Ha habido iniciativas para arrendar obras, sobre todo en el ámbito angloparlante y enfocadas a libros de texto de nivel educativo superior, pero todavía es una práctica poco extendida.
En los depósitos de https://t.co/vCRlBP4nGr, a las afueras de París, se ofrecen 1.300.000 libros de ocasión.
— Carlos Spottorno 🇪🇺 (@spottorno) November 20, 2021
Bofetada de realidad para los que hacemos libros. pic.twitter.com/aPG6ykiwpY
Entiendo la singularidad que tiene el libro de papel y que algunos lo consideren un objeto especial, sobre todo cuando su colección personal es fruto del trabajo y una esperanza de inversión en su acepción más amplia. Parece obvio que comprar y guardar libros por ahora es un derecho. Además, hoy técnicamente es posible una copia física de cualquier libro, así que en teoría nadie se va a quedar sin su obra porque yo tenga la misma.
Pese a todo esto, al día siguiente de elaborar el inventario se dio la coincidencia de que tenía que ir a la librería a por un libro que había encargado. Sentí que en cierto modo debía pedirle perdón por el destino que le esperaba al terminarlo, como si no pretender compartir después tales bienes culturales fuese un acto egoísta.
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